Relato (de mi cajón)
En cuanto abrió la puerta y encendió las luz del recibidor, la invadió la serenidad de quien se sabe a cobijo, en la cálida seguridad de un territorio privativo y conocido. Sin agacharse, se quitó los zapatos de tacón y con un suspiro de alivio se dirigió al dormitorio y colgó la chaqueta en el armario.
Mientras se desnudaba dejó correr el agua, llenando la bañera. El cotidiano ritual del baño de la infancia, reemplazado por una rápida ducha, se había convertido en un lujo que sólo se permitía de vez en cuando. Pero hoy deseaba más que ninguna otra cosa sumergirse en el agua caliente y quedarse quieta mientras se diluía ese extraño cansancio que conlleva la actividad inusual.
Se había pasado un montón de horas sentada a la sombra del stand que el Gremio de libreros había instalado en la Gran Plaza con ocasión…
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